15 junio 2018

EL HOMBRE TRISTE


RELATO BREVE

Aquella mañana en el bar, mientras tomaba mi habitual apenas cortado con dos de grasa, ocurrió algo muy particular, que desató mi curiosidad, y me hizo reflexionar.

Suele venir cada tanto al bar, un señor bastante mayor, que a pesar de hacerlo con cierta frecuencia, invariablemente se sienta solo, y alejado del habitual bullicio que generan los parroquianos habitués del bar, conformados por mecánicos, taxistas y otros vecinos del barrio.

No sé nada de este señor. Solamente que las pocas veces que lo he visto, siempre está solo, enfrascado en sus pensamientos, y que no habla con nadie.

Creo recordar, que alguna vez alguien me comentó que era un buen vecino, y que hace un tiempo, había fallecido su esposa.

Como no sé su nombre, con todo respeto, lo vamos a llamar “el hombre triste”.

Sin que él lo percibiera, lo estuve observando durante largo rato, tratando de imaginar los fantasmas que vagarían por su mente.

Tal vez no esté contento con el destino que le tocó vivir. O quizás no esté conforme con la vida misma…

Mientras su café se enfriaba, pasó largo rato casi inmóvil, con la mirada perdida en no sé dónde, y completamente abstraído por sus pensamientos.

De pronto, en un gesto que interpreté como de agotamiento mental, se cubrió el rostro con las manos, ocultando sus ojos, probablemente para no ver, o no imaginar su realidad de hombre triste.

Ocultaba con sus rugosas y temblorosas manos, maltratadas por la vida, esos mismos ojos que alguna vez lo habrán visto llorar.

Quizás trataba de ocultar su abatimiento por tantos desengaños, y por tantos años esperando algo que no sabe bien, o simplemente, no esperando nada.

Después de un rato, apurando el último sorbo de café, de una taza ya fría, pero llena de recuerdos e historias, el hombre triste se puso de pie, como tomando valor para reanudar su vida gris. Una vez más.

Cuando lo vi salir del bar con paso cansino, me quedé pensando en que seguramente, hace algún tiempo atrás, el hombre triste habrá tenido sueños e ilusiones, que la vida, en tantos años se encargó de ir desmoronando uno tras otro.

El destino es ingrato con los mayores.

La soledad, la depresión y la tristeza, los arrastra como el mar…


Eduardo Esarte

(Publicado por primera vez en el muro de Facebook del autor el Jueves 30/07/2015)
---

21 mayo 2018

EL CEPILLO DE DIENTES

RELATO BREVE


Cuando Fernando se despertó ya no estaba a su lado en la cama. Gabriela entraba temprano a la oficina donde trabajaba como secretaria de un Contador.

Eran las ocho y media, y él también tenía que ir a trabajar al banco. Todavía estaba somnoliento y con movimientos inseguros se levantó y fue hasta el baño.

El espejo del baño estaba escrito con lápiz labial “ANOCHE ESTUVISTE MARAVILLOSO...!!”

Entre sorprendido y orgulloso, Fernando trataba de enfocar su rostro en el espejo, para comprobar que tenía los ojos hinchados y un aspecto inequívoco de haberse despertado con la sensación de no haber dormido bien.

Mientras tanto pensaba que su relación con Gabriela avanzaba más rápido de lo que él hubiera deseado. Se llevaban muy bien y la pasaban bien juntos. Había buena química entre ellos, pero él tenía la sensación de que algo no funcionaba.

Ella estaba muy entusiasmada y se veían casi a diario, y era muy habitual que se quedara a dormir en su departamento. Hasta tenía unas llaves, porque se iba a trabajar más temprano que él.

Fernando en cambio, estaba un poco agobiado por la situación, porque sentía que estaba perdiendo su independencia que tanto valoraba. Tenía un muy buen puesto en el banco, y en los últimos tiempos había estado muy ocupado en su nueva promoción, ya que su jefe le había comunicado que el próximo mes se creaba una nueva gerencia, y él era el candidato más firme para ocupar el puesto.

Esto mejoraría su posición económica aún más. Fernando había podido dejar de alquilar, y comprar su propio departamento con una hipoteca muy conveniente, con una tasa de interés preferencial que le habían ofrecido en el mismo banco.

También con ayuda del banco, se había comprado un auto de gama media, pero de buen equipamiento, y disfrutaba de aquellos logros. Estaba muy enfocado en el progreso de su carrera en el banco, y eso hacía que a veces no le diera importancia a otras cuestiones personales.

Mientras reflexionaba sobre estas cuestiones y trataba de ver su rostro reflejado en el espejo escrito con rouge, tomó el cepillo de dientes y se higienizó.

Al dejar nuevamente el cepillo en su lugar, se sorprendió de que al lado había otro cepillo de dientes de color violeta.

Pensó rápidamente que le pertenecería a Gabriela, y que al salir apurada y se lo habría olvidado en el baño. Intentó despreocuparse del tema y se metió en la ducha.

Pero mientras dejaba caer el agua tibia en su cabeza cubriendo su rostro con las manos, no podía dejar de pensar en el cepillo de dientes.

Es una tontería – pensó – No tengo que preocuparme por tonterías…

Cuando terminó de ducharse, tomó la toalla para secarse, y se dio cuenta que en el perchero había dos toallas.

¿La toalla de Gabriela? – se preguntó –

Eso confirmó la sospecha que daba vueltas en su cabeza respecto del cepillo de dientes.

Le corrió un frio helado por la espalada. Se secó como pudo y saltó de la ducha desesperado para abrir la puerta del placar.

Abrió el cajón donde habitualmente guardaba la ropa interior en forma desordenada,  y estaba toda doblada y acomodada prolijamente.

No terminaba de asombrase cuando vio todas sus camisas colgadas prolijamente de un lado del placar, y del otro lado, la ropa de ella. En otro cajón, se acomodaban prolijamente conjuntos de ropa interior de Gabriela.

Esto confirmaba lo que había sospechado desde el principio al ver el cepillo de dientes. Había sido víctima de una invasión silenciosa en su propia casa.

Empezó a notar detalles que antes no había percibido, producto de la despreocupación que había tenido por la dedicación full time a su trabajo.

La chica que venía los lunes a ayudar con la limpieza del departamento, sorpresivamente le había avisado a Gabriela que no vendría más. Sin embargo el departamento lucía extrañamente prolijo y limpio.

Fernando se sintió fastidiado. Fue a la cocina a prepararse un café, con la intención de despejar su mente y poder entender lo que le estaba pasando.

Abrió la alacena para buscar el frasco de café, y descubrió que todo estaba raramente ordenado. 

Había cosas que jamás hubiera comprado. ¿Té verde? – ¿qué carajo es esto?

Todo estaba prolijamente ordenado. Había condimentos extraños y una provisión de productos que jamás consumiría. En lugar del paquete humedecido de sal, había un coqueto salero de vidrio.

¿Qué hace un frasco de edulcorante en mi alacena? – se preguntó.

Le costó tragar el primer sorbo de café negro. Estaba excesivamente amargo, porque no había podido encontrar el azúcar en la alacena, y él no consumía edulcorantes artificiales.

Mientras tanto, se sorprendió de ver su biblioteca tan ordenada, con todos los lomos de libros alineados y perfectamente acomodados por tamaño.

¿Hermann Hesse al lado de Jorge Bucay?  ¿Qué hace un libro de Bucay en mi biblioteca?

Fernando no podía salir de su asombro. ¿Cuando había ocurrido todo esto sin que él lo pudiera percibir?

No podía pensar claramente lo que le estaba ocurriendo, y mientras trataba de ordenar su cabeza le entró un mensaje de WhatsApp en el celular.

Gabriela: ¿Qué te parece si esta noche cenamos en casa?
Fernando: ¿En casa…?
Gabriela: Bueno…  en tu casa…  [Emoticón de carita sonriente]
Gabriela: Había pensado en cocinarte algo rico… y más sano..
Fernando: ¿más sano?
Gabriela: Si. Estás consumiendo muchas grasas últimamente. Tenés que cuidarte más mi amor… [Emoticón de hamburguesa]
Fernando: ¿y vos vendrías a ser la que me va a cuidar..?
Gabriela: Uyyy… hoy tenés un mal día…??  [Emoticón de carita enojada]
Fernando: No vengas esta noche. Quedé con unos amigos para comer en el Burger [Emoticón de hamburguesa]
Gabriela: [Emoticón de carita de asombro]

Esa fue la última vez que se comunicaron por mensajes.

Gabriela nunca pudo entender por qué Fernando decidió terminar la relación, a pesar de haberse encontrado dos o tres veces a tomar un café para aclarar las cosas.

A los pocos días el jefe de Fernando lo llamó a su oficina y le dijo – El puesto es tuyo, felicitaciones señor gerente..!! 

Fernando pensó que su vida comenzaba a encarrilarse nuevamente, y se sintió mejor.

El lunes siguiente, Gabriela fue al departamento. Habían quedado con Fernando, que pasaría a dejar las llaves y retirar sus pertenencias.

La recibió la chica que se ocupaba de la limpieza, que Fernando había vuelto a contratar.

La chica le había preparado un bolso con toda su ropa prolijamente acomodada, y también le entregó una caja que Fernando le había preparado para que se llevara.

Gabriela empezó a entender algunas cosas, cuando vio que en la caja además de Bucay y sus otros libros, estaba el frasco de edulcorante, los condimentos naturales, y hasta un paquete de milanesas de soja congeladas.

Arriba de todo en la caja, Fernando le había puesto el cepillo de dientes.

Eduardo Esarte