20 junio 2015

El color del viento




Vivimos en la era de las imágenes, donde pareciera ser que todo lo que tiene valor, primero debe ser percibido por la vista.

“Si no lo veo, no lo creo…”, se afirma para legitimar algo que no hemos comprobado.

Todo lo queremos ver, y queremos vernos bien a nosotros mismos, para ser valorados por los demás, y en esa alocada carrera por vernos bien, nos olvidamos de la verdadera esencia, que como decía El Principito de Antoine de Saint Exupery, es invisible a los ojos.

Como sociedad visual, hemos elegido para nuestras vidas la obviedad y el realismo de las imágenes, por sobre la riqueza extraordinaria de la imaginación y las emociones.

La actriz y bailarina Eliana Manzo, que a raíz de una rara enfermedad, comenzó a perder la visión a los 16 años de edad, hasta quedar totalmente ciega en la actualidad, asegura que cuando el sol le da en la cara, se imagina el amarillo, si pone los pies en el mar se imagina el azul, y hasta se permite imaginar o inventar colores o aromas que no existen, como el del viento.

“Los que ven, no se permiten ver el color del viento…”

Eliana asegura, con total autoridad, que no es que haya desarrollado más sus otros sentidos, si no que ahora les presta mayor atención.

“La mayoría de la personas toman las decisiones por lo que ven –continua diciendo Eliana - Vivimos en un mundo donde pareciera que lo único que importa es lo que se ve… Cuando te permitís experimentar con los otros sentidos, terminás conociendo lo que es en realidad, y no lo que se ve…”

“Es cierto yo perdí la vista, pero gané otro montón de cosas, porque los que ven, en realidad no ven…”

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Queda claro, por lo que nos dice Eliana, que por priorizar la vista, no perdemos la sensibilidad de los otros sentidos. Simplemente, que no les prestamos atención.

El sentido del oído por ejemplo, está asociado al significado de las cosas que oímos.

Para entender algo, alcanza con oír un relato, y la imaginación hace el resto. No es necesario ver las cosas para poder comprenderlas. Frases como: una mañana apacible, una noche tormentosa, un ser diabólico, un amor intenso... o indecente... o un aburrimiento extraordinario, no necesitan mayores explicaciones, ni necesitan ser percibidos por la vista.

Las cosas que nos rodean, tienen colores, texturas, sonidos y aromas. Cuando solamente las vemos, seguramente pasan desapercibidas sus otras propiedades.

La vista es totalmente racional, y percibe la realidad externa de las cosas, y como tal, no es capaz de reconocer la verdadera esencia, porque no todo lo que se ve, es auténtico. Los sentidos como el tacto, el olfato y el oído, apelan a nuestras emociones y a nuestra imaginación.

Se puede acariciar a la persona amada en la oscuridad, y no es necesario ver para eso.

El aroma del pan recién horneado, puede evocar recuerdos de nuestra infancia, cuando la abuela cocinaba como solo ella podía hacerlo, y aunque ya no esté, podemos imaginarla y recordarla, y no es necesario verla.

Las artes en general, ocupan un espacio simbólico muy importante  en el mundo emocional de las personas. Pero hay algunas expresiones artísticas en particular, que nos llegan más profundamente, y hacen vibrar una clave íntima, como si fuera la combinación exacta de la llave del alma.

En particular nos pasa con la música, más que con ninguna otra expresión del arte. Es como si existiera cierta combinación de sonidos, o de notas musicales, que resuenan en nuestro interior de una manera especial, generando una empatía sonora, que a su vez es capaz de despertar la emoción.

Es difícil de explicar con palabras, por qué algunas canciones logran ensamblarse tan fuertemente con nuestro ADN, hasta llegar a emocionarnos, y muchas veces, porque no, llenar nuestros ojos de lágrimas.

Cuando oímos música, muchas veces cerramos los ojos para apreciarla mejor.

A mis alumnos del ISER, suelo proponerles una experiencia para ejercitar la capacidad de construcción simbólica, a través de los códigos comunicacionales sonoros, que consiste en apreciar solamente la banda sonora de una película, dando vuelta la pantalla, para no ver la imagen, y luego a través de los relatos, tratamos de reconstruir entre todos la imágenes que no vimos.

Es muy interesante apreciar lo resultados de esta experiencia, y comprobar que la imaginación, puede ser mucho más poderosa que la realidad misma.

A diario recibimos estímulos, que no siempre percibimos, o al menos no lo hacemos en forma consciente.

Las cosas que nos rodean tienen sonidos y hacen ruidos, a los que no siempre les prestamos atención consciente, pero que constantemente percibimos en forma subconsciente.

Los fabricantes de productos de consumo, conocen perfectamente la experiencia que producen los sonidos, y pequeños ruiditos, chasquidos, clicks y crujidos. Estos sonidos no siempre son aleatorios, sino que más bien son manipulados expresamente, con el fin de que transmitan determinadas sensaciones.

Sutiles señales auditivas pueden hacer una gran diferencia para los compradores a la hora de elegir entre varias marcas, dicen las empresas.

El ruido identificatorio, en la mayoría de los casos, no es lo primero que los consumidores notan de un producto, pero cuando es bueno, no tardan en apreciarlo, dicen los responsables de marketing. Los llaman ‘intangibles’.

Una conocida marca de cosméticos lanzó al mercado un rímel que produce un suave chasquido cuando la parte superior se cierra con un giro. El sonido indica que el producto se cerró correctamente, y que el líquido no se secará. Sin embargo, de manera más sutil, ese pequeño sonido transmite la elegancia de la fórmula, según un experto en marcas.


Nada de esto está librado al azar. Desde el ruido que hace un marcador al deslizarse sobre el papel, que forma parte de la experiencia de uso de ese producto, hasta el ruido que hace la bolsa de los snacks cuando las arrugamos.

Todos los ruidos que percibimos, son códigos simbólicos que trasmiten determinadas ideas.

Por ejemplo el ‘plop’ que genera el vació en una tapa metálica de un frasco, intencionalmente curvada para que ‘suene bien’, nos da la sensación de que el producto es fresco, y de que no ha sido abierto antes.

Ese ‘plop’ solo se produce al abrirlo por primera vez, pero a pesar de que no volverá a repetirse, constituye una experiencia memorable para el producto.

Una experiencia ruidosa, también puede resultar contraproducente. Hay cosas que deben ser silenciosas, porque los consumidores aprecian que lo sean.

Una conocida marca de protectores íntimos femeninos, desarrolló un envoltorio plástico con una textura especial, que no hace ruido al ser manipulado o arrugado. El responsable de marketing de la empresa, afirma que han valorado las experiencias de las adolescentes, que pedían mayor privacidad cuando lo utilizan en baños públicos.

Como parte de su última campaña de publicidad en Argentina, el año pasado, la empresa Oreo lanzó un divertido comercial en el que se aprecia una auténtica sinfonía hecha con los sonidos de sus galletas. De esta forma, un sinnúmero de ‘crunchs’ de galletas rotas, mordidas y arrojadas se juntaron con el crujiente ruido de los empaques para crear una simpática melodía.

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El mundo que nos rodea, está repleto de sonidos, algunos agradables y complacientes, y otros ásperos y antipáticos. El oído, en ambos casos es capaz de transmitir al cerebro estas sensaciones, y generar diferentes reacciones emocionales.

Prestar mayor atención a los sentidos que menos utilizamos, seguramente nos ayudará a percibir mejor el sentido de las cosas y su verdadera esencia, y hasta quizás, podamos conocer el color del viento...

Se trata sin dudas de una costumbre que vale la pena ejercitar.


Prof. Eduardo Esarte