Vivimos en la era de las imágenes, donde pareciera ser que todo lo que tiene valor, primero debe ser percibido por la vista.
“Si no lo veo, no lo creo…”, se
afirma para legitimar algo que no hemos comprobado.
Todo lo queremos ver, y queremos
vernos bien a nosotros mismos, para ser valorados por los demás, y en esa alocada
carrera por vernos bien, nos olvidamos de la verdadera esencia, que como decía
El Principito de Antoine de Saint Exupery, es invisible a los ojos.
Como sociedad visual, hemos
elegido para nuestras vidas la obviedad y el realismo de las imágenes, por
sobre la riqueza extraordinaria de la imaginación y las emociones.
La actriz y bailarina Eliana
Manzo, que a raíz de una rara enfermedad, comenzó a perder la visión a los 16
años de edad, hasta quedar totalmente ciega en la actualidad, asegura que
cuando el sol le da en la cara, se imagina el amarillo, si pone los pies en el
mar se imagina el azul, y hasta se permite imaginar o inventar colores o aromas
que no existen, como el del viento.
“Los que ven, no se permiten ver
el color del viento…”
Eliana asegura, con total
autoridad, que no es que haya desarrollado más sus otros sentidos, si no que
ahora les presta mayor atención.
“La mayoría de la personas toman
las decisiones por lo que ven –continua diciendo Eliana - Vivimos en un mundo
donde pareciera que lo único que importa es lo que se ve… Cuando te permitís
experimentar con los otros sentidos, terminás conociendo lo que es en realidad,
y no lo que se ve…”
“Es cierto yo perdí la vista,
pero gané otro montón de cosas, porque los que ven, en realidad no ven…”
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Queda claro, por lo que nos dice
Eliana, que por priorizar la vista, no perdemos la sensibilidad de los otros
sentidos. Simplemente, que no les prestamos atención.
El sentido del oído por ejemplo, está
asociado al significado de las cosas que oímos.
Para entender algo, alcanza con oír
un relato, y la imaginación hace el resto. No es necesario ver las cosas para poder comprenderlas. Frases como: una mañana apacible, una noche tormentosa, un ser
diabólico, un amor intenso... o indecente... o un aburrimiento extraordinario,
no necesitan mayores explicaciones, ni necesitan ser percibidos por la vista.
Las cosas que nos rodean, tienen
colores, texturas, sonidos y aromas. Cuando solamente las vemos, seguramente
pasan desapercibidas sus otras propiedades.
La vista es totalmente racional, y
percibe la realidad externa de las cosas, y como tal, no es capaz de reconocer
la verdadera esencia, porque no todo lo que se ve, es auténtico. Los sentidos
como el tacto, el olfato y el oído, apelan a nuestras emociones y a nuestra
imaginación.
Se puede acariciar a la persona
amada en la oscuridad, y no es necesario ver para eso.
El aroma del pan recién horneado,
puede evocar recuerdos de nuestra infancia, cuando la abuela cocinaba como solo
ella podía hacerlo, y aunque ya no esté, podemos imaginarla y recordarla, y no
es necesario verla.
Las artes en general, ocupan un
espacio simbólico muy importante en el
mundo emocional de las personas. Pero hay algunas expresiones artísticas en
particular, que nos llegan más profundamente, y hacen vibrar una clave íntima,
como si fuera la combinación exacta de la llave del alma.
En particular nos pasa con la
música, más que con ninguna otra expresión del arte. Es como si existiera
cierta combinación de sonidos, o de notas musicales, que resuenan en nuestro
interior de una manera especial, generando una empatía sonora, que a su vez es
capaz de despertar la emoción.
Es difícil de explicar con
palabras, por qué algunas canciones logran ensamblarse tan fuertemente con
nuestro ADN, hasta llegar a emocionarnos, y muchas veces, porque no, llenar
nuestros ojos de lágrimas.
Cuando oímos música, muchas veces
cerramos los ojos para apreciarla mejor.
A mis alumnos del ISER, suelo
proponerles una experiencia para ejercitar la capacidad de construcción
simbólica, a través de los códigos comunicacionales sonoros, que consiste en
apreciar solamente la banda sonora de una película, dando vuelta la pantalla,
para no ver la imagen, y luego a través de los relatos, tratamos de reconstruir
entre todos la imágenes que no vimos.
Es muy interesante apreciar lo
resultados de esta experiencia, y comprobar que la imaginación, puede ser mucho
más poderosa que la realidad misma.
A diario recibimos estímulos, que
no siempre percibimos, o al menos no lo hacemos en forma consciente.
Las cosas que nos rodean tienen
sonidos y hacen ruidos, a los que no siempre les prestamos atención consciente,
pero que constantemente percibimos en forma subconsciente.
Los fabricantes de productos de
consumo, conocen perfectamente la experiencia que producen los sonidos, y
pequeños ruiditos, chasquidos, clicks y crujidos. Estos sonidos no siempre son
aleatorios, sino que más bien son manipulados expresamente, con el fin de que
transmitan determinadas sensaciones.
Sutiles señales auditivas pueden
hacer una gran diferencia para los compradores a la hora de elegir entre varias
marcas, dicen las empresas.
El ruido identificatorio, en la
mayoría de los casos, no es lo primero que los consumidores notan de un
producto, pero cuando es bueno, no tardan en apreciarlo, dicen los responsables
de marketing. Los llaman ‘intangibles’.
Nada de esto está librado al azar. Desde el
ruido que hace un marcador al deslizarse sobre el papel, que forma parte de la
experiencia de uso de ese producto, hasta el ruido que hace la bolsa de los
snacks cuando las arrugamos.
Ese ‘plop’ solo
se produce al abrirlo por primera vez, pero a pesar de que no volverá a
repetirse, constituye una experiencia memorable para el producto.
Una experiencia ruidosa, también
puede resultar contraproducente. Hay cosas que deben ser silenciosas, porque los
consumidores aprecian que lo sean.
Una conocida marca de protectores
íntimos femeninos, desarrolló un envoltorio plástico con una textura especial,
que no hace ruido al ser manipulado o arrugado. El responsable de marketing de
la empresa, afirma que han valorado las experiencias de las adolescentes, que
pedían mayor privacidad cuando lo utilizan en baños públicos.
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El mundo que nos rodea, está
repleto de sonidos, algunos agradables y complacientes, y otros ásperos y antipáticos.
El oído, en ambos casos es capaz de transmitir al cerebro estas sensaciones, y
generar diferentes reacciones emocionales.
Prestar mayor atención a los
sentidos que menos utilizamos, seguramente nos ayudará a percibir mejor el
sentido de las cosas y su verdadera esencia, y hasta quizás, podamos conocer el color del viento...
Se trata sin dudas de una costumbre
que vale la pena ejercitar.
Prof. Eduardo Esarte