En el poema titulado "Instantes", que se se atribuye al gran maestro Jorge Luis Borges como uno de sus últimos escritos, aunque no hay pruebas de ello (*), se dice que la vida está hecha de momentos, y estos deben ser vividos intensamente, sin
perderse el ahora..
La vida es precisamente eso. Un viaje. Y se aprende a viajar,
en el mismo transcurrir del viaje.
A los 85 años, cuando Borges (o quien lo haya escrito) sentía que su viaje ya estaba
por terminar, nos dejó como legado en su poema, que si pudiera volver a
empezar, viajaría más liviano, y esto no debe ser interpretado solo
literalmente.
Viajar más liviano significa desprenderse de las ataduras de
la vida, del odio, del rencor, de las vanidades. Desprenderse de las falsas
creencias, de los mandatos y de la opinión de los demás, o del qué dirán.
Viajar más liviano significa vivir sin la carga de la culpa,
sin miedos, sin problemas inventados, sin preconceptos.
Viajar más liviano es reconocer más dudas que certezas,
porque nada está escrito sobre cómo debe ser nuestra vida, y la de los demás.
Viajar más liviano es abandonar la seguridad, salir de
nuestro espacio de comodidad, y no tener miedo al cambio.
Viajar más liviano es amar a las personas que elegimos como
compañeros de viaje, compartiendo con ellos el devenir del viaje, sin creer que
nos pertenecen, o que nosotros somos parte de ellos. Son solo eso. Compañeros
de viaje. Nos acompañan durante un trayecto, y un día deciden continuar solos, por
otros caminos.
A veces, equivocamos el camino, y avanzamos hacia lugares
que no queríamos ir. Pero siempre se puede reconocer el error, y desandar los
pasos de nuestro viaje, para comenzar un nuevo camino que nos acerque más a la
felicidad.
Otras veces, nos equivocamos al elegir los compañeros de
ruta. Quizás sea el momento de buscar caminos separados, y descubrir otras
personas que caminaban junto a nosotros, y con el afán de andar, no lo habíamos
percibido.
Pero la felicidad no es una meta que hay que alcanzar. La
felicidad está en el viaje. Está en esos momentos que nos decía el autor.
No se es feliz en la vida todo el tiempo. Pero sí se puede
intentar serlo ahora.
Somos felices por momentos, con las personas que nos
acompañan en esos momentos.
Disfrutar de esos momentos, es lo único que importa. Es lo
que nos hace ser felices.
El camino es largo, y no vale pena perder tiempo en viajar
con personas que no están en sintonía con nosotros, ni explorar caminos que no
nos gusta caminar.
Vaciemos nuestras mochilas, para viajar más livianos,
elijamos el camino que queremos recorrer y las personas que están dispuestas a
acompañarnos, y pongámonos a andar y a ser felices.
No se trata de llegar a ningún lado, si no de disfrutar del
viaje.
Prof. Eduardo Esarte
(*) El poema mencionado se atribuye a Jorge Luis Borges, pero nunca fue publicado como tal, ya que no existen pruebas de que lo haya escrito. Algunas fuentes sostienen que en realidad pertenece a la poeta estadounidense Nadine Stair, y también hay otras versiones que lo adjudican a otros autores.
Este es el poema en cuestión:
INSTANTES
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,en la próxima trataría de cometer más errores.No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera,
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.